Una de piratas. (Un jueves para Marcos).
Hecho con mis propios dedos, diez cañones por banda, un medio plano de un tesoro que marcaba con una X, el lugar exacto del último botín. Soltándolo al borde de la cuneta, lo dejé ir. Una vela blanca que lo llevaría a recorrer mil mares, empezando por aguas del jardín. Era tarde y todos los marineros del sanatorio me miraban extrañados, señalándome como el último loco, como el último pirata de la última historia. No había un lorito que hablara el francés, que no es la que cuentan del corsario, ni tampoco lo contrario. En el fondo, son unos sentimentales, que graban en su piel, a la reina del burdel. Y esa reina me alejó de los mares, para convertirme en lo que es, un pirata sin su barco, pero navegando entre sus mares, para hincarme de rodillas y beber de entre sus piernas, la espuma de sus olas y sus mares, convirtiendo el mástil, en su agazapado juguete de marfil. Larga vida y gloria eterna. Cuando los piratas son unos enamorados, rompen sus promesas y se hunden a recorrer sus mar